Buena suerte, Marcial

No sé cómo es Marcial, pero le imaginé flaco, de esa delgadez impuesta por meses de nervios y tensiones acumuladas que cierran el estómago. Pensé que llevaría barba de varios días, porque uno cuando no tiene la autoestima alta se abandona; con más canas que hace un año, mi espejo dice que va ocurriendo de esa manera desde que un período de estrés me sorprendió sin predicción, las ojeras violáceas de no dormir, el mentón bien marcado, hablándome con los ojos opacos de haber perdido la ilusión, pero bien abiertos para poder escucharlo todo, como un reflejo de lo que están haciendo los oídos que quieren captar cada detalle, cada sílaba, cada fonema.

-¿Es usted española verdad?

– Por su acento veo que usted también, pensaba que sería peruano, ¿qué hace en Lima?

– Vine hace un año, era constructor en Madrid, pensé que aquí habría trabajo, decidí venirme tras vender la casa y todo lo que tenía. No he conseguido trabajo desde que llegué, no es tan fácil como imaginaba y quiero seguir dándole buena educación y un futuro a mis hijos. Se me agota el dinero y pensé que ustedes podrían ayudarme. ¿Qué cree que debería hacer? Pensé que Australia o Nueva Zelanda serían opciones pero la visa es cara, y la posibilidad de quedarme remota. ¿Qué me aconseja? Lo que me diga, hago…

Se me encogió el estómago. Esta responsabilidad es mayor de la que debo tomar. Una mezcla de empatía y rechazo a acceder a esa tarea  me mantuvieron en silencio durante unos segundos.

– Marcial, usted tiene pasaporte europeo, utilícelo. Sin saber inglés no será fácil pero nunca es tarde para empezar. Venga al Reino Unido, aquí la burbuja inmobiliaria tardará en explotar y quizá haya para usted un hueco.

– ¿Me voy a Londres?

Empecé a googlelear tasas de desempleo, actividad del sector de la construcción, búsquedas de trabajo, y fui mientras dándole conversación para sacar algo más de información.

– ¿Por qué Perú?

– Mi mujer es peruana. Yo pensaba que la vida aquí sería más barata, pero no lo es tanto. Para mí aquí no hay lugar.

– Entiendo. Marcial, hay ciudades más pequeñas y más baratas. Podría empezar aprendiendo inglés en un lugar como Bournemouth o Torquay, trabaje de cualquier cosa y luego pruebe en un lugar más grande, no Londres, es muy cara, compite con demasiada gente que sí sabe inglés y … se gastará sus ahorros en tres semanas.

– ¿Y usted cree que en esas ciudades encuentro de lo mío?

– Bueno, no lo sé. Miremos ciudades al norte, Liverpool tiene más paro que la media del país, Manchester suele acoger a personas cualificadas, sectores de IT, mmm… ¿qué le parece Edimburgo? Es más económica, está al lado de Glasgow, ahí quizá haya mucho más movimiento de la construcción.

– Mmm… Pues no me desagrada.

– Allí yo puedo ofrecerle ayuda de nuestra compañía. (…)

Mantuvimos una conversación, con la voz quebrada Marcial me hacía muchas preguntas sobre la libra, la vida en Reino Unido, las posibilidades de sus hijos de tener una vida con calidad, sobre su mujer y cómo integrarse a la cultura anglosajona, etc. Quedé en llamarle una semana después para que me comentara qué le parecía mi oferta. No me cogió el telefóno. No respondió a mis e-mails.

Hace dos días, tres semanas después de aquel contacto, tuve curiosidad y volví a marcar a Lima. Una mujer tomó la llamada:

– No señorita, Marcial no está.

– ¿A qué hora puedo encontrarlo?

– Él se fue a Escocia, ¿le llaman de la compañía de Londres? ¿es usted Noemi?

– Sí señora, ¿le dejó algún recado?

– Me dijo que no pudo escribirle pero que le diera las gracias. Y yo también, espero que nos vaya bien tras su consejo. Disculpe, no hay dinero para lo que le ofreció.

Colgué y respiré un segundo con la mente en blanco, casi conmocionada, algo entre estupefacta y emocionada.

Marcial, con cuarenta y cinco años empezar de cero no debe ser fácil. Me hubiera gustado decirle que nuestro país no sólo ha dejado irse a mucha gente preparada, sino también a gente valiente que no tiene miedo a comerse el mundo y que desearía poder haberlo dado todo dentro de su casa, España. Usted es uno de ellos, le deseo lo mejor y deseo que un día, mirando hacia detrás, todo ese esfuerzo lo recompense el futuro próspero que verá con y en sus hijos. En nuestra historia de emigración forzosa se han contado grandes hazañas, para mí una de ellas ya es la suya. Ojalá no me haya equivocado en aquella charla.

Mi homenaje a Marcial y a todos aquellos que hoy siguen saliendo de casa con la maleta llena de necesidad y la esperanza perdida en un país que aparenta no tener remedio.

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